Lo último que supe de mi mismo fue que había ido a
consultarme con un médico. Era un médico común y corriente. Normal como le dice
la gente. Usaba su larga bata blanca con un dibujo de sonrisa honesta y una
risa de hombre de dinero.
Me vio de pies a cabeza. Me revisó como cualquier médico
revisa a cualquier paciente. Mientras sus manos examinaban mi cuerpo y sus ojos
miraban lo último y más profundo de lo que yo pensé era ser persona, me
preguntaba: ¿me estará viendo a mí o solo me ve a mí? Me dio miedo –lo admito-,
pero darle a alguien más el control de tu cuerpo se siente raro, como le dice
la gente, se siente como libertad.
Con sus ojos de ya saberlo todo sobre mi, me mira y me dice:
“ya terminé, estamos listos”.
Sentado en su oficina en frente a él, con un planeta llamado
escritorio entre nosotros, lo miré con timidez y vergüenza y le pregunté: “Doctor,
¿Qué hay de malo en mi? Justo cuando esas palabras se escaparon de mi garganta
sentí alivio, finalmente todo había terminado. Con su dibujo de sonrisa y su
risa de dinero me respondió: “todo está bien. Nada malo encontré. De todas
maneras, tómese un descanso y duerma bastante, coma sano y cuídese”.
Salí de su consultorio y me sentí decepcionado. Una lluvia
de confusión me mojó hasta las medias. “¿todo está bien?, ¿nada malo encontré?”
y presa de la angustia pensé que se había equivocado. Gritos. Insultos. ¡Pum!, ¡Pam! Iba a regresar
a su consultorio para reclamarle pero ya el edificio había cerrado.
Decidí ir a casa, lleno de tristeza e incertidumbre. Abro la
puerta, enciendo la luz y cierro la puerta. Nada, silencio.
Me quito la ropa igual que siempre. Me miro al espejo igual
que siempre. Nada, todo está bien.
Arrastro los pies hasta la frontera de la cama. Me acuesto y
me duermo. En sueños veo de nuevo al médico, me dice que todo está bien, que
duerma bastante, coma sao y me cuide. Yo sigo sin creerle y el médico lo sigue
repitiendo. En el sueño le ordeno que me diga la verdad. El escritorio crece
mientras más le grito. ¡Dígame la verdad! El escritorio crecía mucho más.
Al final, el médico me miraba desde la montaña que una vez
fue su escritorio y me dijo: “Todo está bien, nada malo encontré. Duerma
bastante, coma sano y cuídese”.
De repente me despierto. Nada. Silencio. Enciendo la luz, me
miro en el espejo. Salgo del baño, voy a la cocina y abro la puerta de la
nevera. La cierro sin sacar nada, me siento en la mesa. Miro a la nevera con
ojos desafiantes y espero que me ataque. Nada.
Me levanto de nuevo. Saco un pedazo de pizza (me encanta la
pizza) y una cerveza. La pizza no es sana, mucho menos la cerveza pero, ¡qué
diablos! Es pizza y cerveza. Mientras como, recuerdo el sueño, a la muralla y
al médico diciendo lo mismo. Termino de comer y me acuesto en la cama. Miro al
techo, el mundo está detenido, la calle está en silencio. Me digo a mi mismo: “todo
está bien, nada hay de malo. Debo comer sano y cuidarme”. Supongo que al final
todo fue cierto porque me dormí y el médico encima de la muralla con su sonrisa
de honestidad y su risa de dinero me dijo: ¿ves? Todo está bien.
Jose Acurero
7mo Semestre.